jueves, 16 de abril de 2009

EL CENTRO DEL UNIVERSO


El chico abrió los ojos. Una suprema oscuridad gobernaba la sala. Tan solo el reflejo de la luna, que los espiaba por la ventana, permitía la visibilidad. La luz que esta emitía era pulcra y suave, de una tonalidad celeste. Apartando las sábanas, el chico consiguió erguirse. La puerta permitía la entrada de un murmullo, delicado cual ola de mar y bello, que incitaba a seguirlo. Atravesó el umbral y subió por la cristalina escalinata de caracol. El misterioso cántico iba aumentando de volumen, a la par que subía el chico, escalón tras escalón. Por fin alcanzó la última sala de la torre, y avanzó hacia el balcón que asomaba al océano. De algún lugar del fondo marino, aquellos mágicos sonidos emergía, convirtiéndose en orbes acuosas que se elevaban hacia el cielo. Las burbujas, brillantes y delicadas, poseían un tamaño irregular. El chico subió al borde del balcón y desde allí se paró a observarlas. Cada vez más fuerte, sentía la necesidad de aproximarse a aquellas esferas de cristal. La tentación se tornó irresistible, y sin cavilar una sola fracción de segundo, el chico se arrojó al vacío, con el pensamiento de que hallaría alguna burbuja donde asentarse. Movimiento y sonido se separaron, en esta caída que perduró hasta que su cuerpo hubo penetrado la frontera acuosa de una de las burbujas. Allí dentro no se obedecían las leyes de la física. El chico se mantenía inmóvil, asombrado por la extraordinaria belleza que tan solo se percibía desde ese lugar. La luz reflejada de la luna se difuminaba y expandía como rayos deslumbrantes que rebotaban en cada porción de la tenue pared del globo. El fogonazo de luz resultante era como si una estrella durmiera allí, a su alcance, esperando el momento preciso para desaparecer en la bóveda celeste. Todas aquellas burbujas comenzaron a emitir tal singular brillo, intenso pero relajador, que se distinguía con notable diferencia en el absorbente cielo nocturno. El chico advirtió que se dirigían a un punto fijo, y no tuvo que esperar demasiado para divisar la presencia de otra orbe, de un tamaño mucho mayor, que se mantenía flotando. Irradiaba un aire puro y cálido. La esfera acuosa en la que se hallaba se desplazaba cada vez más cercana, como atraída por un campo magnético. Sin previo aviso, la luz reflejada sobre la superficie vidriosa de la burbuja lo deslumbró e impidió la percepción de efecto visual alguno. El cántico oceánico cesó, y un mágico silencio inundó todo el planeta durante ese preciso y bello instante. El chico sintió una fuerza de succión que pacíficamente iba alcanzando todos los poros de su epidermis. Intentó luchar contra ella, pero gradualmente iba notando cómo se desvanecían sus fuerzas, hasta que, finalmente, optó por rendirse a lo invisible.

***
El silencio lo despertó. Sintió una nueva sensación, tal vez frío, que no supo identificar. El chico se sentía como si hubiera vuelto a nacer. Intentó recordar, pero no halló nada en su mente. Se encontró en una laguna de pensamientos, vacíos. Esto lo tranquilizó. Observó, y tomó conciencia de que él existía. Recorrió su alrededor con la mirada, y vio que su mundo estaba delimitado por una nítida frontera. En el exterior, un cuerpo celeste brillaba en medio del vacío. Avanzó por el globo en el que parecía encontrarse. Aquella sensación gélida que sentía se tornó en confianza, cálida y pura, que llenaba su inhabitada mente. Advirtió la presencia de un elemento, arrojado en la pulida área sobre la que se encontraba. Lo recogió y comenzó a recordar aspectos de su antigua vida. Eran recuerdos abstractos, sin comienzo ni fin. En una de esas olas nostálgicas, supo que lo que tenía ante él era un libro. Lo abrió, se sentó en el suelo y comenzó a leer. Pasaron las horas y aquel chaval no podía separarse del libro. Con cada página que devoraba, un recuerdo regresaba a su expectante y brillante mente, que ansiaba el conocimiento. Aquel volumen no tenía fin, pues albergaba todo lo sucedido en el cosmos desde su creación.

Allí pasó días, años, siglos... Voces dicen que aquel chico continúa allí. Y que cada vez que brilla una estrella, es que éste ha descubierto algo nuevo, tal vez desconocido, que el resto de la humanidad no sabrá jamás.

Seudónimo: BLACKCHARLY007


No hay comentarios:

Publicar un comentario