Érase una vez un niño llamado Ismael. Era alto y atractivo. Una preciosa mañana se encontró a una amiga del colegio de cuando tenían ocho años. Tenía gafas también; el pelo largo y rizado. Era alta y tenía los ojos grandes y azules.
Le dijo su amigo Ismael:
- Tengo una estantería llena de libros y uno es antiguo.
Le contestó:
- ¿Me lo puedes dejar?
- Sí, pero luego me lo traes.
La niña estaba leyendo y en la página 99 apareció una extraña palabra. La niña se quedó sorprendida porque esa palabra nunca la había escuchado. La niña buscó en el diccionario a ver si estaba esa palabra. Pero no estaba en ninguna página. Entonces, la dijo en alto.
- ¡ACUECHIFRISQUI!
Apareció una bruja llamada Acuechifrisqui y dijo:
- Has dicho mi nombre y por ello, te concederé un deseo. A ti y a Ismael, el dueño del libro. Vendréis conmigo a mi palacio, que está en el País de los Libros. ¡Abracadabra, pata de cabra, que nos vayamos al país de las hadas y de los libros!
De pronto aparecieron en una montaña. Había muchas hadas volando. Ismael se quedó pasmado. Su amiga se asombró. El paisaje estaba lleno de libros, que en vez de estar en una estantería estaban en los árboles. En uno ponía “animales”, en otro “aventuras”, en otro “inventos”, etc.
La bruja les dijo:
- Si encontráis un libro que se llame igual que yo, podréis venir a leer aquí siempre que queráis.
La bruja les vendó los ojos y se aseguró que no vieran nada. Los dos empezaron a dar vueltas. Como la palabra la habían encontrado en la página 99, empezaron a contar los libros desde el primero hasta el 99. A la vez dijeron.
- ¡Éste es!
La bruja, que era la bibliotecaria del País de los Libros, les regaló el libro mágico y se fueron muy contentos, porque podrían volver a leer siempre que quisieran.
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