Un día unos niños fueron al colegio y uno de los niños le preguntó a la maestra que por qué no había lenguaje como una asignatura más y no que siempre tenían matemáticas.
La maestra le respondió que un día las letras se fueron de ese pueblo a un sitio de ese pueblo a esconderse y nunca nadie más las vio.
Otro día, cuando el pueblo estaba tranquilo, hubo un hombre llamado Eduardo que fue a la casa del señor Octavio y la señora Marina, las personas dueñas del baúl.
Cuando Eduardo llegó, llamó a la puerta, pero no había nadie. Cuando Eduardo llamó a la puerta y observó que no había nadie, dejó una carta que traía por la rendija de la puerta.
Al llegar Marina y Octavio vieron la carta y la abrieron, pero no sabían lo que contenía. Era una carta con números, porque en ese pueblecito no había letras, solamente números.
Esa carta no se podía descifrar: 8869375 447568 9560 89 85 4949 556796 7569 67 549765896459 6796745668947 567986 4578957 049857 8 85854 5 36 534444
Ahí no se entendía nada.
La familia fue al otro pueblo de al lado, dónde había personas científicas que descifraban los números en letras. Cuando vio a su amigo, cogió la carta y la metió en una máquina. Cuando lo descifró les dijo lo que ponía: “En el baúl que tenéis, están las letras que se escaparon del pueblecito”.
Marina y Octavio cogieron la carta y se fueron derechos al baúl para ver lo que contenía. Marina llamó a Eduardo para darle las gracias y cuando abrió el BAÚL todas las letras salieron corriendo para los colegios, casas, supermercados, …
Así todo volvió a la normalidad en este pequeño pueblecito y todos fueron felices y, sobre todo, la familia de Octavio.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Seudónimo: POCAHONTAS
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