Sobre el suelo, junto con los miles de envoltorios y toda la basura acumulada, había un pequeño libro.
. . .
Charlie caminaba hacia su casa. Su madre le había hecho ir a comprar al supermercado, a recoger a su hermana… y por fin volvía a su casa, satisfecho con su labor. Necesitaba un cuaderno, pero había gastado el dinero que le habían dado para este, en devolverle a un amigo un pago pendiente, y no sabía que hacer.
Iba andando preocupado, cuando algo tocó su pie y captó su atención: un cuaderno pequeño, negro, completamente y tirado en la calle, solo para él. No lo pensó más, lo recogió de allí.
Cuando llegó a casa, abrió rápidamente el cuaderno, para acabar los interminables deberes de matemáticas, y grande fue su sorpresa cuando descubrió que estaba escrito. “Por eso estaba tirado –pensó- es simplemente un libro”.
Sin saber cómo ni por qué, minutos después, Charlie se vio enfrascado en la lectura de aquel curioso libro. No recordaba cómo había empezado, pero una vez hecho, no podía parar de leer.
Aquel libro finalmente se convirtió en su principal obsesión, olvidando todo lo demás. Todos estaban preocupados, esperando a ver lo que haría al terminar el libro. Una página. Solo cinco párrafos. Un párrafo, nada más. Y finalmente, una palabra.
. . .
Ese día los chicos en la calle estaban asustados. Una terrible noticia asolaba el pueblo: un chico había matado a sus padres a sangre fría; con un cuchillo les había rebanado el cuello, y había esperado a que se desangraran. Luego, él mismo, se había suicidado. No se conocía el móvil, y lo único encontrado en la escena del crimen por el inspector de policía al cargo era un libro, un pequeño y simple libro. Ni siquiera lo había abierto, pero no podía alejarse de él. Era como si el libro lo llamara… “Qué extraño”, pensó, y lo guardó en su bolsillo.
Seudónimo: Pekepony
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