-¿Por qué me suena tanto este sitio? –se preguntaba la chica.
Llevaba días, semanas, puede que incluso meses haciéndose esa misma pregunta... hasta que logró acordarse: era exactamente igual a los dibujos de un cuento que tenía. Lo leía siempre que podía.
-Era mi cuento favorito cuando era pequeña... pero se perdió hace tiempo.
Seguía paseando cuando, de repente, encontró algo fuera de lugar.
-Creo que esto no estaba aquí antes... –dijo mientras observaba la gran cueva que se mostraba ente ella-. Bueno, pues vamos a echar un vistazo.
La gruta era muy alta y también muy oscura. En su interior hacía muchísimo frío y el suelo estaba repleto de altibajos, pero había algo en aquel lugar que la obligaba a seguir. Transcurridos varios minutos, divisó una luz al fondo. A medida que avanzaba, la luz se iba haciendo más y más brillante, hasta que no pudo aguantar la claridad y cerró fuertemente los ojos.
Cuando los abrió, se encontró tumbada en una camilla. Sorprendida, examinaba todo cuanto había en aquella habitación, al parecer de hospital, en la que estaba echada. Fijó su mirada en un cuento infantil que había en una pequeña mesa al lado de la camilla.
-Ese cuento... –susurró en voz baja, mientras leía su título, Un mundo maravilloso, impreso en la portada, en la que también se encontraba un dibujo del paisaje en el que estaba hacía un segundo.
En ese preciso instante entraron en la habitación su madre, su padre y su hermano, que acudieron a su encuentro.
Los tres estaban muy contentos de verla. La chica no sabía cómo reaccionar. Su madre la abrazó.
-¿Qué ha pasado? –preguntó con un hilo de voz.
-¿No te acuerdas, mi niña? –dijo su madre, entre lágrimas-. Volvíamos de una fiesta en coche y un loco se cruzó en nuestro camino.
Ella parpadeó, perpleja. Su madre la soltó.
-Ninguno llevábamos puesto el cinturón porque no estábamos lejos de casa –interrumpió su hermano-. Pero tú fuiste la que salió más perjudicada. Llevas más de un mes en coma.
La chica, sorprendida y un poco horrorizada, desvió la mirada hacia el libro Un mundo maravilloso.
-Ese cuento –comenzó su padre- era uno de tus favoritos. Lo encontré en el desván y me lo traje. Te lo leía todas las noches, como cuando eras pequeña.
La chica siguió contemplando aquel libro, incapaz de articular palabra, intentando poner en orden todos sus pensamientos.
Seudónimo: YAMI
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