jueves, 16 de abril de 2009

EL PASTOR Y EL PUENTE


Así comenzó la historia de este buen pastor que es mi abuelo Manuel. Desde niño fue muy despierto y astuto para el trabajo. Con seis años se le veía segando con una hoz. Él nunca salió de su pueblo hasta que tuvo que ir al servicio militar y no tuvo la oportunidad de ir al colegio. Pero tal era la voluntad que tenía por aprender, que en la mili aprendió a leer y a escribir y mandaba cartas a su familia. Por su gran nobleza Manuel se ganó la confianza de sus jefes, incluso fue homenajeado en el patio de armas del cuartel.

Nada más licenciarse volvió al pueblo y se casó con su novia. A partir de ahí, nadie lo separó de su campo y su rebaño de ovejas. Él trabajaba de sol a sol y todo lo compartía. Él no sabía de ferias ni de fines de semana. Tampoco quería saber nada de dinero ni de bancos, sólo con tener para un par de copas de aguardiente bien temprano, le sobraba todo el oro del mundo.
Un día, apacentando su ganado, a su lado se encontraba un grupo de ingenieros algo nerviosos porque no sabían cómo iban a medir un puente por la parte de abajo, ya que había un agujero tan pequeño que no cabía una persona. Manuel estaba escuchando y les dio una rápida solución: puso una oveja en un lado del puente y, en el otro pusieron a la perrita Sara. Manuel le mandó que buscara la oveja. Sara llevaba atada una cinta medidora y, en cinco minutos el puente llamado “Las cortezas” quedó medido. El grupo de trabajadores quedó sorprendido y, para gratificarlo, le ofreció un puesto de trabajo en su empresa. Manuel les dio las gracias, pero no lo aceptó. Él se debía a su campo y su familia.
Él no tenía la cultura que se aprende en los libros, tenía la cultura de la vida y de la experiencia. Manuel cuenta con la edad de setenta y nueve años. En el año dos mil cuatro recibió el premio de “Agricultor del año” por su buen quehacer en el campo y a su perrita Sara siempre la llevará en su corazón.

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